San Cristobal de las Casas

El lugar que hay visitar, el sitio que te va a engullir y encantar, las calles que te van atrapar y su arte que te va a enamorar. Todas esas sensaciones y muchas más son las que se viven en San Cristóbal de las Casas. Y si no me crees puedes ver el artículo que me inspiró este precioso lugar y que titulé como Oda a México. https://laiawanderlust.blog/2020/02/06/oda-a-mexico/

¿Dónde está?

El corazón representa San Cristobal de las Casas

¿Cómo llegar?

Nosotros cogimos un avión desde Ciudad de México hasta Tuxla Gutiérrez, allí contratamos en el aeropuerto un shuttle bus que nos llevó hasta la estación principal de autobuses. Entonces un taxi oficial nos llevó hasta nuestro hospedaje y para volver hicimos lo mismo.

Día 1: La noche cerrada

El taxi nos dejó en la puerta del que ha sido uno de los mejores hospedajes de mi vida: La posada del abuelito. Un lugar que me pareció lleno de amor en cada rincón, el jardín que te recibe parece hasta frondoso y cubierto por preciosas lucecitas, hay mesas con flores secas en cada rincón… Hay más, hay hasta un pozo de los deseos en un patio donde también hay hamacas y mesitas bonitas para sentarse, además la cocina tiene un aura especial.

Nada más llegar dejamos las maletas y fuimos a cenar ya que el rugido de nuestras tripas se podía escuchar desde las antípodas del lugar. Cuando empecé a andar por las calles una emoción desconocida me paró la respiración, empecé a sudar, a sentir una presión en el pecho que a la vez este palpitaba alocadamente y yo empecé a sentir pánico. Así que cenamos rapidísimo en el restaurante Todo Vegano -tienen el mejor kombucha– y le supliqué a Martin ir directos al hostal a dormir porque no me encontraba bien. 

Pasadas las semanas una amiga me explicó que esta sensación que me embargó durante todo el viaje o se debía a una vida pasada que mi alma reconoció o estaba sufriendo el Síndrome de Stendhal

Este síndrome es una situación anímica que se desencadena tras observar obras de gran belleza en una misma ciudad y durante un corto espacio de tiempo. También es conocido como el síndrome del estrés del viajero la enfermedad de los museos. Los turistas que lo han sufrido aquejan taquicardia, sudoración, sofocación, tensión emocional, agotamiento y mareo.

Fuente: Diario abc

Día 2: San Cristóbal de las Casas

Por la mañana desayunamos tranquílamente deseando que no me volviese a pasar lo de la noche anterior. Martin fue a comprar comida para el desayuno y al volver dijo “carga la cámara he encontrado un lugar que te va a encantar” es de las frases más románticas que se me pueden decir. Así que después de unas tostadas y café fuimos a la carga.

En el Mercado de Santo Domingo, el más grande que he visto en mi vida, se respira autenticidad -recordemos que en este pueblo más del setenta por cierto de su población es indígena maya-. Los puestos son variopintos en mercancías, colores, sabores y olores. Desde comida, a un todo a cien, animales vivos y mucho más. No dejé de abrir la boca cada vez que veía a una octogenaria cargar una bolsa pesada con la fuerza de su frente, cuando una señora maya me sonreía sobre el reflejo de sus trenzas de colores me emocionaba. Bueno pues así anduvimos unas horas entre calles hasta que “creemos” las recorrimos todas.

Artista maya

Finalizamos la mañana visitando el museo de ámbar, la entrada es muy económica y las piezas de su interior son dignas de ser observadas. También aprendimos muchos consejos para comprar ámbar de buena calidad:

  • El ámbar de verdad es una resina y por lo tanto no pesa casi.
  • Si lo frotamos con los dedos y se calienta al olerlo huele a miel.
  • Si quemásemos el ámbar de verdad olería a incienso.
  • En todas las tiendecitas podéis pedir una luz ultravioleta que al enfocar el ámbar si éste es de verdad se pondrá blanco bajo la luz.

Tipos de ámbar:

  • Rojo: ha estado en montañas altas y ha recibido mucha luz del sol.
  • Amarillo: ha estado enterrado bajo tierra y no ha recibido mucha luz del sol.
  • Verde: en algún momento de su vida fue tocado por el agua.
Museo del ámbar

Más adelante os explicaré donde compré mis souvenirs.

Para comer fuimos al restaurante Jardín Tonantzin y pedimos enchiladas y tamales veganos, la comida sabía a auténtica y el ambiente también. En el momento del postre vino la dueña y nos preguntó que tal estábamos y si la comida nos había gustado. Un festín sin duda, pero luego le pregunté:

“Oye, perdona, este lugar es muy especial verdad, digo… místico o con mucha energía”

Ella me sonrió como si supiese perfectamente de qué hablaba y asintió con la cabeza. Sorprendentemente no me dijo nada más pero hizo un gesto que se notaba que callaba algo y yo sentía toda esa energía en cada poro de mi piel.

Por la tarde y después de una rápida siesta en el hostal fui a una pequeña tienda de cacao (Está en la avenida Diego Dugelay cerca del restaurante Todo Vegano), recordemos que los mayas también fueron muy famosos por su cacao. Y este es amargo con ganas, puro quiero decir, pero mira que yo entré chulita con mi “Yo estoy acostumbrada al chocolate de 85%”. No entendía de qué se reía el chico hasta que el cacao se deslizó por mi boca, una experiencia divina y que me devolvió a mi modestia. Si tenéis la oportunidad probad el bombón de maracuyá, es otro placer de la vida del que no deberías morir sin probar.

Por la tarde hicimos el free tour de la ciudad, pero otra vez puedo decir que ha sido de los mejores de mi vida porque me sentí muy acogida por todo el lugar y sus gentes. Vimos vistas únicas, vimos los pequeños rincones que escondían cuentos históricos, vimos atardecer en un centro cultural alternativo, fuimos a una coopertativa artística, nos dieron consejos buenísimos y nos llevaron a beber posh (una bebida alcohólica a base a de maíz).

Mercado de Santo Domingo

Día 3: Excursión al Cañón de los Sumideros, Chiapas del Corzo y miradores.

Nos despertamos tarde y después de desayunar preparamos el tupper con lo que habíamos comprado en Loving Hut y que sería nuestra comida para la excursión de ese día. 

Un coche nos vino a buscar en el hostal y cuarenta y cinco minutos más tarde nos colocábamos unos sombreros en la cabeza, un chaleco salvavidas y subíamos a una barca llena de turistas. Recorrimos el río donde vimos cocodrilos, monos y sus crías, más animales salvajes y su explícita vegetación. Nos contaron sus historias marcadas por la historia y la situación actual de la región. 

Mono araña

Al medio día nos dejaron dos horas para comer en el pueblo Chiapa de Corzo. Martin y yo paseamos por nuestra cuenta hasta encontrar un banco al lado del río, allí comimos la comida de nuestros tuppers, tomamos el sol y leímos, Martin sentado como mejor podía y yo tumbada apoyando mi cabeza sobre su regazo. 

Por la tarde te llevan a diferentes miradores y ves unas vistas increíbles, pero yo estaba muerta del cansancio y muy mareada. Así que no lo disfruté nada, esta parte no la volvería a hacer. 

Cocodrilo

Por la noche compramos unas salchichas de chipotle veganas en una tienda al lado de la chocolatería que he mencionado antes. Allí estuvimos hablando con unos chicos españoles y nos animamos a salir a tomar unas copas, fuimos al Café Bar Revolución que tenía música en directo, unos posh más tarde nos dimos cuenta que nuestra mesa era toda española y es más: nosotros éramos de Ibiza y los demás eran de Formentera y de Mallorca… el mundo es ya te digo yo un pañuelo de causalidades bonitas.

Cañón del Sumidero

Día 4: Maya Experience

Si preguntas en el free tour te pasarán el contacto de un guía muy especial, el único que tiene el beneplácito de los mayas para adentrarse en su territorio. Nosotros empezamos la mañana cuando nos recogieron en la posada del abuelo con una furgoneta que sería nuestro transporte durante toda la mañana.

La primera parada fue el pueblo de Zinacantán, allí nos explicaron algunas bases de la cultura maya y procedimos a entrar a una casa típicamente maya: las paredes de barro, la estructura puramente orgánica y una niña de 12 años sentada en el centro preparando tacos. Cristina se movía con gracia mimando los alimentos primordiales en su cultura; el maíz en su forma de torta. Cristina tenía los ojos grandes y mirada transparente, por las mañanas ayudaba a su familia con los turistas y por las tardes iba al colegio. El guía nos dijo “En una casa en la que la harmonía reine siempre hay tortillas calientes” y ahí estaba Andrea dominando el aura de su hogar, tan pequeña y tan poderosa. Detrás de mi cámara lloré otra vez, casi no podía disimular mis lágrimas porque todo me conmovió mucho. Luego nosotros hicimos nuestros tacos con lo que Cristina y su mamá prepararon sentadas en el suelo, para enraizarse a la tierra. Sus hermanas y tías estaban en el exterior trabajando con los telares de cintura y creando patrones preciosos, un bebe se alimentaba del pecho de su madre mientras esta trabajaba unos hilos de colores.

Cementerio

De la vida a la muerte. Nos llevaron a un cementerio, el más humilde que he visto en mi vida, allí se respiraba la esencialidad del ciclo “del polvo vienes y al polvo regresarás”. Y en un perpetuo silenció pedí permiso a cada paso para poder cruzar tumbas y aprender sobre la vida un poco más.

San Juan Chamula fue todo un reto, una iglesia católica se irgue escondiendo su interior: por un lado los santos católicos aguardan el lugar, por el otro las tradiciones mayas cobran vida. Telas invisibles de hojas de pino hacen de alfombra, pasarelas de velas iluminan el camino de sus feligreses y sacrificios animales (gallos y gallinas) son el idioma de unos dioses que han pasado por muchos pactos. La vegana en mí miraba a los ojos a los gallos, estos también buscaban en mi ayuda y no se la podía dar. No pude mirar su muerte pero me prometí seguir siendo activista, porque el amor los salvará y el mío ya lo tienen comprometido.

San Juan de Chamula

Comimos en Te quiero verde, se convirtió en uno de mis restaurantes favoritos junto al de la primera noche. Pasamos la tarde buscando todo los recuerdos que me moría por tener. Y es que pensé que a mas cosas pudiera llevarme más podría quedarme.

Día 5: No sé decir adiós

Nos despertamos pronto y desayunamos en la posada del abuelito mis salchichas favoritas de chipotle veganas con tostadas. Yo ya conocía a la familia que lo regenta y ya saludaba a Gabriel por las mañanas el hijo pequeño que rebosa felicidad. 

No sé decir adiós y siempre hago un drama de ello, probablemente algún día aprenderé pero por ahora Martin me agarra del brazo y me llevó a comer un bombón de maracuyá. Acabamos las compras que nos faltaban y fuimos a la estación de buses que nos llevaría directamente hasta el aeropuerto. Y allí dije adiós, no en realidad aún no he podido.

Cruz Maya

La guinda de la humanidad: La pequeña reunión de almas

Estaba sentada el último día en la tienda de las salchichas de chipotle veganas, deliciosas esperando a Martin que había ido a buscar una cosa en la Posada del Abuelito. Mi cara debía ser un poema porque el chico de la tienda me preguntó si estaba bien. Y yo pensando: cómo le explico sin parecer tarada que las emociones me han engullido aquí, no se habla de esas cosas. 

Y entonces empezó la reunión de almas, se dio cuenta de que me sentía conectada a este lugar y me dijo que él también había venido de vacaciones y que decidió quedarse. Que lo abandonó todo, incluso su trabajo por teléfono, plantó una semilla en mi cabeza, la posibilidad de quedarme. Me reí sola imaginando la cara de Martin al preguntarle si quería quedarse conmigo ahí de verdad. Pero al menos este chico había conseguido hacerme sonreír.

Entro una señora que yo llevaba viendo hacía días, paseaba con cinco perros obviamente sin correa porque eran super educados. Me contó que los iba rescatando y que si me quería quedar uno. La miré pensando “esta chica no me conoce no sabe que me lo plantearía de verdad” y ella me sonrío hablándome sobre la vida de ellos.

Yo ya me estaba montando mi historia en la cabeza cuando Martin entró al rescate de la Laia cuerda que tenía que coger un avión. Y me fui, pero que conste que el destino, el lugar y sus gentes ya me estaban montando una vida allí.

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4 respuestas a «San Cristobal de las Casas»

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